Un elefante se balanceaba...
Ana gemía de pena en su habitación llena de verdes anocheceres. Mientras tiznaba su almohada de rimel corrido por soleares, un tintineo la sacó del llanto niquelado de estrellas.Despegó su cara de la blanca tela que envolvía la espuma blanda y complaciente y siguió con sus ojos heridos el sonido de capanillas alarmantes.
Y ahí estaba. Nunca la vio. Un diminuta puerta dorada como la de un ratón.
Como quien busca una lentilla perdida, se agachó. Y como quien levanta desconchones con las uñas, arañó. Un resplandor cerúleo y después, las luces de neón.
Un universo de purpurinas y lentejuelas a la vista. Sexo, drogas... Y poco rock and roll.
La envolvieron, la elevaron dándole el soma del brillar de sus carnes... ¡Y vaya si brilló!
Cual Coraline deslumbrada, volvió a su habitación sin puertas y, cuando lloraba, se encendían las jambas enanas abriéndole un camino del que ya nunca escaparía.
Juguete.
Juguemos a contar mentiras.