Divagaciones de una distímica encubierta
-Sí, lo soy. Esta puta distimia sin diagnóstico me persigue desde que era niña.Ana no me miraba ya. Siempre que hablaba de su tristeza, de su pesar, sus pupilas se escapaban de la línea recta de mis ojos. Pero a veces, y eso era lo que me fascinaba de ella, me clavaba su mirar directamente en los ojos, manteniendo el contacto visual, medio temblando los iris, como amagando, como dudando, para finalmente desviarlos nuevente al infinito (o a esa lámpara con detalles solo reseñables para ella). Porque cuando se sostenía así, yo sabía que ella luchaba... Luchaba contra esos fantasmas atormentados, ese Satán particular con el que día tras día cargaba a las espaldas, que la insultaba y ponía minas a la razón. ¡Que difícil ser tu, Ana! Y, por ello, ¡Que admirable ser tú!
-No eres rara. Eres perfecta.