El Club del Silencio
Sus uñas juegan con la marquilla de Prada. En una efervescencia a la inversa se contrae lentamente la espuma de su capuccino.En dos sillones,
en un simulacro hogareño,
en un café concurrido.
De punta en blanco antes del medio día:
El club del silencio.
Mujeres de mediana edad recogen en la barra café para llevar. Llevan ropa deportiva bajo abrigos caros.
El club sonríe ante el desaguisado estético.
No les fue dado en esta vida hallar su centro.
Los anteojos oscuros esconden,
la ropa de diseñador contrasta
con el desequilibrio patente en sus expresiones, cuando no en heridas y moretones frescos de la noche anterior.
Inmune a la contradicción, a los dilemas, a las ironias.
De poco valieron títulos académicos para salvarle de aquel estado catatónico, de la talla 0, de los ojos de abandono y la apariencia de indefensión.
Adoradoras de la muerte.
Saben leer a sus patanes. Traen los raspones al café como trofeos y se miran en silencio. Mientras las esposas de sus amantes recogen cafés para llevar y tartas.
La perfección como uniforme.
Al comienzo de la tarde empiezan los mensajes y una a una se marchan.
Él y tú y el miedo. El delicioso miedo.
Hay que saber llamar al bruto.
Verse toda desamparo a merced suyo
La alfombra del pasillo parece rasposa.
La zancadilla trapera.
Olvida caer sobre sus manos.
Cae de cara Clara, su cuerpo queda formando como una "A" con la cadera elevada,
con el cuello tenso, apoyada en su frente o en el costado de su cara.
"Le va a llenar el tanque" dice.
Ella es moto o carretilla, o lo que él diga.
En el pulso del reloj se enreda piel y carne.
Clara es Infantería de las traidoras, las peores traidoras.
Con ojos estrábicos, hace sonidos de motorcito y sus labios vibran y gotas de saliva vuelan.
Con su cara contra la pantalla encendida, no distingue las imágenes en el televisor, solo ve baldosas de luz y pequeños prismas.
Un empellón certero la sume contra el vidrio. su hueso frontal y su pómulo déjan una mancha de píxeles negros.
Éste jugaba rugby de la universidad
¿Será éste? ¿El indicado? ¿El último? ¿El definitivo?
-Cabron, éres tú delicia,
cabron
Yo te perdono si me perdonas,
cabron
Pero antes mátame.
Vaya decepción cuando se revela la persona detrás del animal.
Vuelve al Gucci que llevas como harapos.
Vuelve a empezar Clara traidora.
Mañana te verás con el corredor de bolsa que juega squash.
La caída sobre la alfombra le líjó la piel desde la sien hasta el mentón.
Con la punta de la lengua comprueba el perfil filudo de un diente desportillado.
¿A qué círculo del infierno enviaríamos a un ser como éste?
¿Te caíste en clase de pole dance?
¿Eras muy caderona para seguir con el ballet?
Unos creen lo que necesitan creer.
Clara sabe que es una hipócrita.
Es un tormento lejano aquello. El feminismo. Antes dolía, pero las montañas de frivolidad lo acallan todo.
El punto del club es, tal vez, saber cuando una muere.
Se ecuentran por la mañana después del gimnasio, entre las startup fallidas, los desempleados y los escritores mediocres moradores de los espacios compartidos del café, y se controlan.
Han de verse inalcanzables, irrupciónes celestiales en este plano terrenal, cómo porcelanas que de tan bellas ruegan las quiebren contra el piso.
Cuando una muere los patanes se esconden. Es tan malo como inevitable para aquel negocio kamikaze.
Quedaba ya muy poca espuma.
Entonces buscó su mano
detuvo con una suavidad inusitada el tamborileo de sus dedos sobre la marquilla de la cartera
con la otra mano y la misma suavidad tomó su barbilla
la miró atravéz de varias capas de lentes oscuros
Con un susurro rompió el silencio:
-"Vanitas vanitatum omnia vanitas".
Tal vez, es cierto y "no hay nada más profundo que la piel."