Aquí cabe todo...

Genial. A más corto mejor

Matilda

Matilda era el hada del pueblo, aparecía en los sitios más insospechados del bosque ante los ojos de los niños.

Cuando la veían, siempre traían dibujada una sonrisa, que perduraba hasta la noche, cuando caían rendidos en la cama.

Les cantaba, les contaba cuentos y hasta las ardillas formaban un círculo alrededor de ella.

Todo eso decían, pero nosotros los mayores nunca la veíamos.

Pero llegó una fría mañana de Noviembre. Salí al alba a recoger troncos para la barbacoa y la vi aparecer cerca del arroyo, con su larga melena rubia agitada por el viento.

Me sonrió, me cantó, y me contó un cuento. También regresé con una sonrisa.

Me sentí como un niño, o quizás, nunca dejé de serlo.

Aquí no sabe llover: o no llueve o tenemos riadas. Casi siempre es así, pero hay ocasiones en las que cae una lluvia fina y fresca. Molesta, quizá, pero no mala.

Tomando cervezas en una terraza con algunos colaboradores y mi pareja, comenzó aquella lluvia. Era un final caluroso de octubre. Hubo estampida de clientes hacia el interior de los bares. Entre ellos, mi novia de entonces.

Aguantamos hasta que alguien señaló que aguaba la cerveza. Estampida. Yo no pude. Creo que quise, pero no pude. Tapé mi jarra con un plato. Solucionado.

Oía risas bajo el toldo del bar. Escuché la voz de mi pareja:

• ¿Pero por qué no vienes a taparte? ¿Pero qué te pasa?

• ¿Es que no lo ves? - le respondí desde mis ojos verdes llenos de vida, con mi voz leñosa y mis pies enraizados en mi tierra-. ¡Estoy creciendo!

El arte de la escultura.


Llueve, el cielo se rompe sobre nosotros.
No sé muy bien si por envidia al verte
refugiarte entre mi abrazo o ya por adición
artística. Porque tanto los colores del otoño
como yo sabemos como va a terminar
esta partitura.

Esta afición tuya es tan contagiosa,
que ya tengo bono en preferente para
toda la estación. Las avenidas cierran
para verte, las farolas se engalanan
de emoción y la luna baja a escondidas
por una escalera de luceros para ponerse
al piano.

Noviembre se cruza y ladra. Los tirantes
colgados de la desnudez de tus hombros
dan un paso al frente, sales al epicentro
de esta locura necesaria. Pasos de equilibrista y brazos abiertos para dar la bienvenida al aguacero. Te dejas llevar
por el momento.

El genio comienza a trabajar en todas tus
parcelas. Cincela el algodón de tu vestido
con delicadeza, tornea tus contornos a
golpe de gotas de lluvia, al compás de
tus giros sobre los charcos, para completar
esta obra de arte improvisada. Talla tu
libertad con caricias vertiendo bocanadas
de agua sobre tu cuerpo y yo muero de
celos en el vértigo de tu sonrisa.

Danzas bajo las aguas y los tejidos van
tomando la forma de tu desnudez.
Tan liviana, tan frágil. Tu plenitud es
crepúsculo de la tarde con la filarmónica
de la tormenta que te acompaña en clave
de sol. El mismo sol que aparta las nubes
con dedos de luz para ver la escultura
de tu silueta. La obra maestra de este día,
a la que aplauden las nubes obsequiándote
con un arcoiris de flores para bajar el telón.

LLUVIA EN LA ESCUELA

Tras los canos cristales llueve otra vez.
Lloran los ventanales de la clase.
En los lápices gotea la frase.
Se humedece en pupitres la timidez.

El patio muestra su acuosa desnudez.
Ruídos, gritos, recrear la clase
como si este cielo nos enclaustrase
y las ventanas fluyeran tozudez.

El viejo maestro añora al poeta:
“ monotonía de lluvia en los cristales “,
su memoria el hondo semblante agrieta

para evocar eternos colegiales,
charcos en otoño, diaria libreta,
melancolía en jornadas pluviales.


Y como soy un silviófilo sin remedio os dejo un regalo, una joya: " LLUEVE OTRA VEZ "


" Una mujer que nunca me provoca
me ha condenado a lluvias sin motivo
y desde entonces vivo
ahogado en el deseo de su boca. "

Por dios @*******Desi eso es un pase de gol a puerta vacía. Qué bueno!!!👏👏