TRES DESEOS...

Adrián no era del todo consciente de cuándo ocurrió. Cuándo dejó de ocurrir, en realidad.

Generalmente, cuando regresaba a casa después de cumplir con su jornada laboral, la ropa utilizada evidenciaba el esfuerzo realizado en forma de círculos oscureciendo la zona de las axilas y un inconfundible olor a sudor impregnado en el tejido.

Al fijarse en el cesto de mimbre donde solía almacenar las prendas pendientes de lavar, inusualmente vacío, supo que algo muy raro estaba ocurriendo.

Preocupado corrió hasta su dormitorio, desvistiéndose junto al espejo que presidía una de las paredes de la estancia con la esperanza de encontrar en la imagen que éste le devolvía la respuesta al enigma que se le planteaba.

No hubo tal. Examinó concienzudo su cuerpo desnudo sin lograr advertir una razón para tan extraño fenómeno. La tonalidad de su piel, su aspecto, parecía normal, sin asomo de eritemas u otras anomalías de las que a simple vista pudiera deducir algún tipo de patología.

Quizá, pensó, una exploración manual aportara datos con los que concluir el motivo por el cual, ya no le cabía duda, desde hacía unos días habia dejado de sudar. De hecho, constató espantado hilando los recuerdos de la última semana, había dejado de sentir calor, frío, hambre, sed, dolor...¡No sentía nada!

Acarició su pecho con la yema de los dedos, anhelando con fervor la aparición del cosquilleo que suele acompañar a este tipo de tocamiento sin ningún resultado por lo que, frustrado, pellizcó uno de sus pezones. Por más que empeñó toda su fuerza, ensañándose, no observó variación alguna salvo un leve enrojecimiento en la areola al recuperar ésta la circulación sanguínea cuando aflojó la presión.

De pronto, al efectuar un ligero movimiento cambiando el ángulo con el que la luz incidía sobre su cuerpo, llamó su atención un detalle hasta entonces desapercibido. Un reflejo extraño, un brillo que no le pareció natural, en su hombro.

Incrédulo se dirigió a la cocina, abrió el cajón donde guardaba los cubiertos, eligió un cuchillo de regular tamaño afilado el día anterior y regresando frente al espejo comenzó a rascar en lo que creía su propia dermis provocando una decapación sorprendente, ya que al estudiar con detenimiento lo que en un principio identificaba como fragmentos de piel muerta, constató que realmente lo que descansaba en la palma de su mano eran restos de una fina pátina que cubría la totalidad de su cuerpo aislándole de elementos externos y que, si bien no podía afirmar que no tuviera un origen orgánico, con seguridad era ajena a su persona.

Entonces cayó en la cuenta. Por surrealista que resultase, sólo se podía tratar de eso.

Hasta el momento creyó haber soñado pero las piezas empezaban a encajar en su cabeza. Un cofre enterrado bajo la plantación de tomates en su jardín, hallado de manera fortuíta mientras los recolectaba, la lampara de aceite en su interior, el genio.... sí , un genio materializándose en la fosforescencia gaseosa que brotó del objeto al frotarlo con el fin de encontrar una marca o inscripción que le aclarase su procedencia, ofreciéndole, como en los cuentos, la posibilidad de pedir tres deseos.

"Evitar el sufrimiento", solicitó Adrián desehechando las tan manidas preces acerca de la salud o deshaogo económico por entender que éstas, de forma implícita, se hallaban ya englobadas en su demanda.

" Qué cachondo,el genio...", pensó en voz alta mientras jadeaba cavando un hoyo profundo en el extremo más alejado del jardín donde enterrar de nuevo su hallazgo, optando por ignorar el hecho de que aún le restaban dos deseos.