REBUS SIC STANTIBUS
Fuera, las farolas que flanquean el campus de la universidad, ubicada en el centro del parque botánico a las afueras de la ciudad, alumbran con una estudiada luminosidad de matices ocres la escalinata de piedra cuyos últimos escalones parecen ser fagocitados por el vano de la enorme puerta gótica.A pesar de la considerable distancia que separa el lugar de su domicilio, siempre ha desechado acudir a la fría biblioteca municipal encajada en pleno casco urbano entre oficinas y viviendas. Aquí, no obstante, enamorado de la arquitectura del edificio, de su entorno, del olor a siglos de Historia , evidente en cuanto se traspasa la verja de hierro forjado que lo rodea, se encuentra súmamente cómodo, siendo habitual que tras varias horas de lectura en solitario, ajeno a cuanto no sea el objeto de su estudio, deban llamar su atención sobre la proximidad de la hora de cierre.
Un hombre alto, enjuto, con edad difícil de determinar y maneras elegantes, le habí abordado, muy educado, interesándose por el volúmen en cuyo contenido se hayaba concentrado. Pese a que en un primer momento la interrupción le resultó molesta, la amabilidad con la que se conducía el individuo despiertó su interés, animándose a entablar la conversación en la que aún se encuentran inmersos desde el mediodía.
• Insatisfacción. Sí, definitivamente, si he de destacar algo en la obra sería el profundo descontento en el que se ve sumergido el protagonista, renegando de las limitaciones de la condición humana para alcanzar el conocimiento infinito, quimera que anhela desesperadamente, incapaz de satisfacer su desmesurada sed de sapiencia, inmortalidad y grandeza. Es una persona tan racional, tan cerebral, que advertir lo finito de su tiempo, que un día su juventud no será más que un recuerdo marchito, le imposibilita gozar del proceso de morir viviendo. Del deleite de hacerlo sin cesar de aprender.
• ¿ Y usted qué opina de eso?
-Le comprendo.
-¿ Comparte su anhelo?
-Sin duda, así es.
-En ese caso... firme - le exhorta extrayendo del bolsillo interior de su chaqueta el documento que extiende sobre la mesa de lectura.
Mientras empuja al incauto para que derrame sobre el papel su sangre como rúbrica del pacto, el Diablo sonríe malicioso y se regocija porque el firmante no cayó en la cuenta, antes de estampar su sello, de que Fausto al final murió y fue al Cielo, no en virtud de los privilegios obtenidos de su contrato sino redimido por un sentimiento tan irracional, carente de lógica, como el amor verdadero.
• "Pacta sunt servanda" - sentencia severo, enrollando de nuevo el pliego y perdiéndose entre las interminables filas de estanterías.
• " Rebus sic stantibus" - replica riendo entre dientes el signatario, observándolo alejarse, con los dedos cruzados ocultos tras su espalda.