Aquella pareja
-Puedes beber agua.Marta acercó sus manos temblorosas al vaso. La saliva se había esfumado, como lo hizo el raciocinio hace cinco horas. La sequedad en la garganta le impidió dar las gracias y la parálisis emocional le prohibió hacerlo con la mirada. Aún notaba el olor a flujo y el hedor del vapor emanando de las gargantas.
Desde niña había temido volverse loca y hacer daño a la gente y en su interior vaticinaba la catástrofe sin definición. Sólo llegaba a vislumbrar la leve certeza de que enloqueceria. No sabía cuándo. No sabía dónde. No sabía qué o quién provocaría el click que le haría cometer aquello que tanto le horrorizaba.
En sus últimos años, una vez (solo una jodida vez) se imaginó asestando el puñetazo certero en toda la boca a Alejandra, ese bicho inmundo que jugaba a ser Dios en el departamento de procesos de su empresa. Ocurrió camino de la fiesta de Navidad, cuando se equivocó, anduvo dos kilómetros y los desanduvo. Nadie se interesó porque llegara tarde. La imagen llegó clara a su cabeza; los huesos de la nariz y sus dientes clavándose en los nudillos, la cara de ese insecto retrocediendo por el impacto, sus ojos contrariados sintiendo esa humillación e impotencias de no poder hacer nada, preguntándose por qué, y sus fosas nasales sangrando y sus labios desgarrándose. Sólo ver sus ojos impotentes y confundidos merecía la pena.
Pero aquella tarde fue más allá de la imaginación. El click se disparó cuando jugaban.
Es cierto que el varón de la pareja era humillante y prepotente, que usaba a mujeres y a la suya propia... Y ella... ¿Cómo podía una mujer humillar a su congénere?
-Vamos, Alberto, follemonos bien a esta puta. Quiero que le des por el culo mientras me come el coño.
Marta miró a su futura víctima por encima de sus pechos y, sin más, mientras el hombre le follaba el culo comenzó a morder con fuerza. Ahora sí, estaba bien húmeda y no mientras complacía los caprichos de su marido.
Marta cogió la fusta que había usado con ella y yacía en la cama y golpeó al hombre varias veces. Sin saber cómo, un cuchillo apareció en sus manos y, en dos movimientos rápidos degolló a cada miembro de esa pareja feliz.
Con la boca llena de sangre, sintió una liberación y una paz que le asustaron.
• Marta, ¿que te pasa? Si no quieres continuar con esto, lo dejamos. Alberto y yo entendemos que sea nuevo para ti y si no estás cómoda, nos tomamos las copas tranquilamente y no haremos nada. Nos gustas, pero no queremos que estés intranquila o que no disfrutes igual que nosotros.