Una mañana
No es que ya no te quiera, no es que no desee tener lo surcos de tus huellas dactilares en la "curvatura de mi espalda" (si es que que fue mía, alguna vez).La tranquilidad suele llegar en el momento en que los platillos que inventamos se descompensan una mañana.
Una mañana tal, que no sabes si despertaste o vuelves a dormir.
Una mañana clara, en tanto en cuanto uno sabe lo que pasa y lo incorpora, tranquilo, en sus números diarios.
Una mañana oscura, en tanto en cuanto uno se quita el sombrero, divino hasta entonces, después de inspeccionarlo desde la visión que en estos casos tienen las entrañas. Camufladas, como suele ser, de algún punto cardinal que se suele perder.
Yo he perdido más de un cardenal en la maraña del proceso a la cordura... O locura. Y voy controlando su color pardo transformándose en un ligero verde, amarillo y finalmente desaparace. Como debe ser, como ya sabíamos que debía ser.
"Deber ser", ¡Poderosas palabras que mueven el mundo y nos sacan de ese estado onírico que produce esa otra empoderada palabra, valorada solo en la literatura y los sueños, que lucha, en ocasiones, contra el "deber ser", siendo derrotada! Impepinablemente.
El juego del amor y las pasiones contra el deber ser en el que sabemos de antemano (así lo acordamos) quien vencerá.
Una mañana calcada de otras, con la única diferencia que da la repetición: cada vez ("y cada vez, cuando te miro, cada vez, encuentro una razón para seguir viviendo") es más fácil quitarse el sombrero.