¿Diana?
No tengo relatos de ésa naturaleza, mis amores. Éso o no tengo presupuesto para producirlos. Los adjetivos seguirían a los sustantivos en las más obvias combinaciones dejando un sabor a plástico en la boca. No quiero aportar otro relato precocido de pollas colosales y tetas firmes.Las palabras, en todo caso, son enemigas del deseo."Yo quería otra cosa", yo no sabía lo que quería. Igual quería. Las imágenes de la intimidad entre dos personas en la mente de un virgen son imposibles, magníficas. Los cuerpos queman. Las promesas imaginarias, hermosas e imposibles. Inexpresables.
No era un niño ni un hombre. Talvez era marioneta. Por eso me habré desvíado una mañana como Pinocho camino al colegio. La monstruosa urbe sudamericana tenía muchas esquinas y calles que me llamaban.
Mi mochila estaba ligera y tenía algo de plata en el bolsillo. La emoción me secaba la boca, me empapaba las manos.
Primero visité los escaparates de las tiendas que admiraba fugasmente desde los buses. Pero éstas no eran el destino último de mi vagabundeo. Yo iba hacia un barrio cuyo solo nombre timbraba a los locales. Cuadras y cuadras de biscochos tristes al sol y al agua.
Pss-pss. El "pispeo". El llamado sutil desde las aceras. Cómo una fuga de gas. Yo avanzaba con ése valor que da el aguardiente. Me llenaba los ojos pero no dejaba de caminar. Me agarraban las manos, me insultaban al verme seguir con mi marcha.
La excitación se mezclaba con melancolía, con pulsión de muerte. Un cóctel que podría llamarse "adolescencia".
Caminaba hasta las grandes avenidas circundantes donde tomaba aire. El miedo.
No contaba con los perfumes, con los tatuajes de líneas reventadas, con la peste a marihuana barata (cafuche), con las tortas de maquillaje. Me resistía a fundirme en ese delicioso paisaje decadente. No espera completar una transacción, esperaba un pacto, un milagro. Pero no tenía las palabras. Sigo sin tenerlas.
Las preciosas estafadoras podían oler mi flor, y eso dicen trae buena suerte. Alguna me acaricio cómo una madre. Me disculpé y seguí caminando. Tres en una esquina. Una de ojos exagerados. La persistente sombra azul de la barba se insinuaba debajo de la gruesa capa de base. Montadota ella en tremendas botas de plataforma. Grande. Hermosa. También me le escabullí asustado. Rieron.
Se hacía tarde. La excursión había fracasado. En esa calle igual de asquerosa al resto pero desolada se abrió un portón blanco de vidrios esmerilados. Y ahí estaba, más escandalosa que las otras. Los cauchos de los frenillos eran del mismo verde fosforescente de los triángulos de su biquini.
Los shorts de jean forzados hasta el límite. Me echó un lazo con sus ojos amarillos.
-"¿Vamos a pichar mi amor?"
Me lo dijo en caleño. Me entró a un patio donde esperó con frialdad el billete, para llevarme luego a un cuarto pequeño con una cama angosta. Caminar detrás de ella. Esa imagen me sigue acompañando.
-"Quiero ser tú" no lo dije. -"Quiero ser Diana" tampoco lo dije (¿Quién es Diana además?).
No estábamos solos. Nos acompañaba una bajita y crespa desde que entramos. Pero ésa no era trans. Hablaban como si yo no estuviese ahí. Con brusquedad me bajo los pantalones. No tenía una erección. Mi pene diminuto y flácido se escondía entre los pelos púbicos. Lo jaló y cacheteó hasta conseguir una erección jorobada muy pequeña para el condón. Lo chupó sorbiendo y emitiendo otros tantos sonidos que encontré ricos. Me dejó verla toda de roca ella. Su piel y sus cicatrices. Pero no sé quitó los calzones.
Su amiga comentaba la escena desde la puerta. Ella perdía la paciencia conmigo. Me asusté. Quise escapar. Miraba su entrepierna y se empezaba a formar una idea una palabra, pero simplemente no llegó. No tenía ningún sentido el condón en un pipí blando.
Algo ostil y burlona secuestro mi billetera. Tuve que rogarle me dejara la plata para el bus. Me abrió la puerta aburrida de mi cara.
¿Dónde tengo el corazón? Me pregunté mientras caminaba. ¿Dónde están las palabras que me abrirán?
Un viaje de la nada a la nada.