Oración número 57
María asomó por la ventana. El vértigo ya no era eficaz.
Lo había matado.
Ahí estaba toda la tierra estéril.
Escalofrío.
Había llorado, escupido, esperando.
Las voces fueron ocultas,
ella misma con manos hinchadas las escondió.
Las orejas estaban rotas, inútiles.
Y, de pronto, sin verla, sin apenas notar los verbos,
silenciosa como esperó
y permanente como en los sueños,
el esplendor más hermoso apoyó
los susurros en las tinieblas.
"Solo alegría", musitó.
Única voz que acertó categóricamente
a zambullirse verticalmente
en los estanques gastados.
María destapó la botella y la tierra era verde,
tan verde, pura y fértil,
que dio gracias a Dios por no matarla.
"Solo la alegría descubre lo bello, María.
Sonríe y siembra.
Las gotas de rocío resucitan dioses y apagan desganas:
¿Notas el rojo, azul, blanco brotar
sobre cicatrices y ablandar iras?
Tan solo la alegría, María"
¡Qué música divina!
¡Doy gracias al sur por no ser norte,
Al viento por mover hojas secas,
a las voces nacidas de escombros,
Al agua manando por entre muslos y bocas!
¡Doy gracias a las palabras
por no tapar rincones
y aparecer nuevos dioses dormidos!