Ella
No era casualidad,ni un tópico oportuno.
Había que estar presente
para llegar a entender que
el tiempo y la forma
como caminaba los viernes
era directamente proporcional
a la biodiversidad de
la marisma en primavera.
Tampoco es que fuera algo
artificial que se forzara,
la coreografía vivaz que
abordaba a los plebeyos
se hacía altanera en sus caderas.
La metástasis que devoraba
la incertidumbre de su entorno
era el resultado de su presencia.
Era ella y solo ella.
La que fustigaba amablemente
la sonrisa de terceros.
Abarataba los costes cuando
me hablaba de resilentes
alegatos banales sin mayor
trascendencia.
Trazaba margenes en el aire
y me afirmaba que lo infinito
podía ser tan efímero como
un gota de rocío.
Tenía que decírselo,
la fugacidad de un instante
puede llegar a dar para
unos cuantos infinitos.
Nunca encontré burocracia
en su manera de empatizar
con la incompatibilidad
de mis desfases.
Las pocas virtudes que poseo
se hacían virales y mis puntos
cardinales se morían de ganas
para que ella los hiciera suyos.
Simón de Azzaria.