DIENTEPUTO
A "Dienteputo" se le conocía así desde que siendo unos críos, Juanjo, el hijo de la estanquera y su compinche, calculó mal su lanzamiento y la peonza, rebotando en el bordillo de la acera, fue a dar contra su boca rompiéndole el labio y las paletas. No le guardó rencor por ello. Aquél no había sido sólo su amigo. Era como un hermano para él y si bien la suya resultó sin querer ser la primera cara que partía, muchas veces después fue Juanjo quien sangraba haciéndole espaldas con razón o sin ella frente a cualquier iluminado, dando igual su número o el tamaño, que quisiera mearse fuera del tiesto.Un regusto amargo le ascendió desde el estómago torciéndole el gesto al recordar las "hazañas" con su colega. Se enteró hacía un par de años de que lo habían matado. Según le contaron, ingresó en urgencias siendo ya un cadáver con el corazón hendido por la navaja de un merchero al que no pudo pagar el jaco.
Tampoco pudo asistir al funeral de su padre,que desesperado por no sufrir más pena ni vergüenza optó por reventarse el hígado con mucho de lo más barato, dejando a este lado únicamente deudas y las ignominiosas marcas de su decadencia en el cuerpo de la viuda.
Se había perdido tantas cosas... Infancia y juventud se le fueron entre peleas de barrio, hurtos con más o menos fuerza y trapicheos de poca monta hasta que todo se desmadrara la noche en la que aquel imbécil de cabeza cargada sólamente con gomina y farlopa financiada por papá, se obstinó en utilizar una excusa cualquiera, ya olvidada, para medirse las pollas buscándole las vueltas, tozudo, hasta que le encontró. Un golpe desafortunado, la puta esquina de la barra, el serrín tiñéndose rojo en el suelo y los ojos espantados de la concurrencia se llamaron homicidio en el juzgado. Doloso. Un mal día lo tiene cualquiera, también los abogados. Quince años.
Dejó media vida en el talego pero aún le aguardaba la otra mitad con la Mari, una morena brava con poca carne y muchos huevos, señalada en brazos y mirada, a quien conoció por carta, a la vieja usanza, y que le prometió al salir del módulo femenino que le iba a esperar. Que las caricias que compartieran ya no se supeditarían nunca más al tiempo escueto de un " bis a bis" quincenal. Él sólo dijo sí y la risa se le desbordó por entre el roto de los dientes.
Colocó el petate a un lado, sobre el asiento de plástico bajo la marquesina, con el "maco" a su espalda. Encendió un pitillo , consultó tres veces en dos minutos la hora en su viejo "Casio" y esperó impaciente. El autobús, algunas cosas no cambian, se retrasaba.
- Perdona, jefe, ¿me das fuego?
• Claro, aguarda un momento, tengo cerillas en la bolsa.
• Dienteputo, ¿verdad?
"Mierda..."
No lo vio venir. De haberse olido algún percance hubiera reparado en las miradas de complicidad que intercambiaban los únicos, aparentemente desconocidos entre sí, personajes refugiados de la solana, como él, en la parada. Se hubiese percatado de la calidad de su ropa, de sus relojes...Nadie se desplaza en autocar con un "Rolex" en la muñeca. Sobre todo, de haberse olido el percal, "Dienteputo" hubiera podido rescatar de su memoria los rostros de dos esbirros tras un padre, gran empresario, jurando venganza desaforado cuando su juicio quedó visto para sentencia.
Ya no tenía calor, ni frío; mierda, joder... No tenía nada.
Tendido sobre su propia sangre, a "Dienteputo", antes de que todo fuese negro sólo le dio tiempo a pensar que se había dejado media vida en la cárcel y le estaban robando la otra mitad.