EL DESCONCHÓN
Ayer Sofía se acostó con miedo a no poder dormir, como sabiendo que las cosas ya no irían bien.
En la mañana comenzó a maquinar para convertirlo en otro fracaso más.
Respiraba hondo, como la habían enseñado,
y transformaba los temores en razones,
como había leído en los libros de autoayuda.
Era lógico (bendita y jodida lógica) el comienzo del final,
como esa uña que levanta un trozo de cal blanco,
ve lo que está debajo, marrón y sucio,
pero sigue levantando capas hasta formar el gran desconchón que lo cubre todo
y que ya, aunque se pinte encima, no se podrá olvidar lo que vimos debajo.
Porque las paredes desnudas no son hermosas, al contrario.
Fue de improviso, algo inesperado.
Salomón le retiró las manos.
Y el desconchón de Sofía, ya había empezado.