No hay nada más sexy en un hombre que
entiende todas las vocales y consonantes
de la palabra respeto.
No hay nada más sexy en un hombre que
tenga un contrato fijo en el sector de la
empatía.
No hay nada más sexy en un hombre que
entienda que la competitividad solo es una
manera de dejar atrás a los demás y que
en el largo plazo la fraternidad es mucho
más edificante.
No hay nada más sexy en un hombre que
cuida, que escucha, que comparte, que
no humilla.
No hay nada más sexy en un hombre que
tiene claro que ser gracioso no es una
licencia para destruir a los demás.
No hay nada más sexy que un hombre que
que humaniza, que duda, que se hace
preguntas, que lee Rayuela en un vagón
de cercanías porque le aterra eso de leer
el Marca.
No hay nada más sexy que un hombre
que la piensa, que la considera, que hace
de su boca una bandera y que piensa
que en el sortilegio de esos ojos que lo
miran tiene una patria.
No hay nada más sexy que un hombre
que es amable, consecuente y no se deja
arrastrar por los excesos de testosterona
para comprobar quien la tiene más larga.
No hay nada más sexy que un hombre
libre de estereotipos, libre de prejuicios
e ideales que destruyen, que odian, que
excluyen.
No hay nada más sexy que un hombre
que sabe el lugar al que tiene que volver
y que la afectividad no es actitud que
transmite debilidad.
No hay nada más sexy que un hombre
que empuje, que se haga cargo, que
lidere cuando los demás se quiebren
y se coloque al final de la fila para estar
seguro de que nadie se queda atrás.
No hay nada más sexy que un hombre
que litiga con la creatividad, que la
mima, le baja las bragas y la orgasmiza.
No hay nada más sexy que un hombre
que disiente en la barra de un
bar de extrarradio y dice que no.
Que ni son putas ni malas
y sea retratado como un pelele
que se deja manejar.
No hay nada más sexy que la gran
mayoría de los compañeros de batalla
de este sitio y ya se me acabó
la chanza.