Casuística:
UNO.- Me pilla de improviso, me levanto una mañana con tetas y sin polla. Lo primero, meterme los dedos por el mismísimo chumi buscando lo que me falta, ante la duda de que se me haya metido todo el mogollón para dentro. Lo segundo, llamar al hematólogo y decirle «colega, las pastillas me están dando unos resultados rarísimos». Por si alguien tuviera la mínima duda de que soy tontísimo: ya lo confirmo yo.
DOS.- Sé que va a suceder (porque lo he pactado con el genio de la lámpara que me concede tal fantasía, o lo que sea). Como previamente habría hecho alijo de dildos varios, lubricantes y demás zarandajas y, previsor, me habría tomado el día libre en el curro, estaría las veinticuatro horas de experimentación, dándome todo lo que se me ocurra y más. No vería a nadie, no me vería nadie (me ve mi madre y tenemos funeral en la familia). Estudiaría, tomaría notas, aprendería, resolvería dudas... esperando que, más o menos, mi femineidad fuera semejante a las de las otras. Vuelto a la vida real, descubriría lo que ya sé: que cada mujer es un mundo y cada roce otra aventura. Pero... ese día de sudores y sabores no me lo quitaría nadie. Y, muy posiblemente, me grabaría un vídeo cochino para uso y disfrute de mi pajotismo masculino.