Feliz Navidad, Feliz Nochebuena
Feliz Navidad, Feliz Noche Buena.Hace tiempo que veníamos sopesando la idea.
A pesar de ser una pareja joven, sentíamos la necesidad de avivar nuestras noches, hacerlas más emocionantes, más apasionadas, inyectarles esa dosis de adrenalina que añorábamos en nuestra vida íntima después de más de diez años de un matrimonio fogoso.
La fantasía de incorporar a un tercer participante en nuestra intimidad había sido objeto de nuestras más salvajes imaginaciones.
Noches enteras se consumieron pensando en los pros y contras, en los miedos que ella expresaba: "¿Me seguirás amando igual? ¿Te sentirás seguro conmigo? ¿Te gustaría ver a otro hombre poseerme?".
Las dudas, los celos, las inseguridades, se multiplicaban en nuestra mente. Imágenes sugerentes flotaban, como permitir que otro hombre la poseyera en mi presencia, que ella se entregara a placeres orales, que probara nuevas sensaciones con labios ajenos; una vorágine de pensamientos que poblaba mi mente.
En una de esas noches ardientes, decidimos explorar un mundo desconocido.
Creamos un perfil en una página swinger de intercambios, que elevó nuestra curiosidad a nuevas alturas. La incorporación de una cámara fotográfica en nuestras noches entre las sábanas añadió una dimensión extra de excitación.
Practicábamos poses, buscábamos la foto perfecta para nuestro perfil, y así se fue gestando una colección de imágenes y videos que atesorábamos en un disco duro con recelo.
Ella, con una figura esculpida en arduas sesiones de gimnasio, no escatimaba esfuerzos. La compra de lencería y ropa sexy se convirtió en parte fundamental de nuestras sesiones fotográficas nocturnas, que comenzaban a la media noche en la oscuridad de nuestra alcoba y terminaban en sesiones de sexo extenuantes.
Repasábamos todas las posiciones del Kama-sutra, explorando desde las más clásicas hasta las más audaces, como el Bukkake, Creampie, Facial; un abanico de experiencias que nos introducía a un nuevo nivel de nuestra sexualidad.
Aunque el tiempo no perdona, nuestras noches continuaban siendo un torbellino lleno de mensajes a nuestro perfil recién creado. Las fotografías atraían a muchos, pero la mayoría no cumplía con las especificaciones de mi preciosa esposa. En una de nuestras conversaciones, ella dejó claro que no quería a alguien menos atractivo que yo. Las características físicas debían ser, como mínimo, iguales o mejores, ya fuera en un físico atlético o en el tamaño del miembro (18 cm). Estábamos de acuerdo y, hasta cierto momento, ninguno de los mensajes recibidos cumplía con esos requisitos.
Llegaron las fiestas decembrinas, y mientras nos preparábamos, explorábamos posibles candidatos para un nuevo episodio entre las sábanas. Ideas descabelladas de invitar a vecinos, amigos de la familia, compañeros de trabajo o incluso algún familiar se cruzaban por nuestras mentes, alimentando nuestras fantasías.
El 24 de diciembre llegó, y nos sumergimos en la tradicional cena y entrega de regalos en casa de la familia. Entre cena y bebidas, mi esposa deslumbraba con un vestido ajustado que resaltaba su figura impecable.
La medianoche llegó con abrazos, felicitaciones y roces torpes entre cuerpos intoxicados por el exceso de cerveza. Mientras las familias se retiraban, la fiesta continuaba con unos pocos hombres que seguían disfrutando de la noche memorable.
Entre ellos, nuestro ahora invitado, conocido mío y objeto de miradas lujuriosas de mi preciosa esposa. En la penumbra de la madrugada, nos quedamos solos, observando el fuego de la chimenea y compartiendo anécdotas de juventud, enriquecidas por el calor de las bebidas embriagantes.
La charla, en un giro sutil, se tornó más candente. En una oportunidad, mi esposa, ataviada con ropa de dormir, salió a despedirse, anunciando que se retiraría a descansar. Nuestro invitado no desaprovechó la ocasión para admirarla, mientras ella, con un pequeño beso en la mejilla, parecía insinuar que encontraba atractiva la posibilidad de que fuera nuestro acompañante en esa noche especial.
La atmósfera se cargaba de electricidad a medida que la conversación se volvía más íntima, más ardiente. Mi esposa se retiró con un gesto sugerente, dejándonos solos, envueltos en la penumbra que creaba el suave resplandor de la chimenea. Nuestro invitado y yo nos sumergimos en un diálogo más provocador, compartiendo historias y revelando deseos ocultos que flotaban en el aire como chispas de una llama creciente.
En ese momento, el ambiente estaba impregnado de una tensión palpable, como si el universo conspirara para llevarnos a un punto sin retorno. Mi esposa, cómplice desde la distancia, envió señales inequívocas con su despedida, alimentando nuestras expectativas con un beso en la mejilla que prometía mucho más.
La noche, ya avanzada, dejaba entrever las posibilidades que se gestaban entre nosotros. Mientras observábamos las llamas danzar en la chimenea, la charla se deslizaba sin esfuerzo hacia territorios más prohibidos, explorando fantasías compartidas que nos invitaban a cruzar la línea que separa lo convencional de lo extraordinario.
El aroma de la madera quemada se mezclaba con la anticipación, y el cálido resplandor del fuego delineaba las sombras de la habitación, revelando nuestras miradas cargadas de deseo. El tiempo parecía detenerse mientras las palabras se entrelazaban con susurros y gestos insinuantes.
Fue entonces cuando, en un momento de silencio cómplice, decidí dar el paso. Miré a nuestro invitado con ojos llenos de deseo y sugestión, y con un tono seductor le propuse la idea que flotaba en el aire desde el comienzo de la noche. Le pregunté con una sonrisa pícara: "¿Te gustaría unirte a nosotros en un trío esta noche?".
El aire se cargó de expectación, y la respuesta quedó suspendida en el espacio, creando un eco de posibilidades que resonaba en la habitación.
La noche de la Noche Buena se transformaba en un capítulo inesperado de nuestras vidas, donde la sensualidad y el deseo tejían un vínculo entre los tres, llevándonos a explorar un territorio desconocido de placer compartido.
En la penumbra de la madrugada, la chispa de la pasión encendía nuestras almas, y nos sumergíamos juntos en la intensidad de un encuentro que prometía despertar los sentidos y desafiar los límites de lo convencional.
Entre en la alcoba, donde mi esposa yacía con su bata de dormir y una diminuta tanga. Me acerqué, besándola en la frente, y le pregunté si estaba lista para recibir a nuestro anfitrión. Sus ojos se encontraron con los míos mientras me daba un beso en los labios y afirmaba con determinación, "Si tú estás listo, yo estoy lista".
Acto seguido, salí de la alcoba por nuestro invitado, extendiéndole la invitación a entrar.
La habitación estaba sumida en una penumbra cuidadosamente elegida, una escenografía para intensificar la noche que se avecinaba.
Apenas distinguía la figura de nuestro invitado, quien se acercó lentamente, tocando las piernas de mi esposa con una mezcla de incredulidad y deseo. Sus manos temblorosas exploraban las curvas de mi amada, mientras ella volteaba la cabeza buscando mi aprobación. Nos miramos con complicidad, y con un gesto, le di luz verde para seguir.
Poco a poco, se despojó de su ropa revelando un torso desnudo que dejaba entrever la promesa de la pasión. Después, desabrochó cinturón y pantalón, deslizándose hacia la desnudez total. Su miembro, más generoso que el mío, ya estaba completamente erecto, goteando un líquido viscoso que anticipaba la unión con mi esposa.
Ella yacía boca abajo, sin atreverse a mirarnos, mientras nuestro invitado acariciaba sus nalgas con manos temblorosas. Volteaba su rostro, buscando confirmación, y yo le ofrecí una señal para que continuara.
Inició un sensual juego de deseo, deslizando su miembro entre los labios de mi amada en un erótico ritual oral. Aunque ella parecía desconcertada, se entregó al placer, llevándolo a lo más profundo de su boca. Los gemidos de nuestro invitado confirmaban que el éxtasis ya se apoderaba de la habitación.
Entre las sombras, mi esposa se despojó de su bata, quedando solo con una diminuta tanga que pronto también desapareció. Nuestro invitado la tomó y se sumó al juego oral, explorando los labios húmedos y ansiosos de mi esposa. Yo, siendo un mero espectador, retiraba las prendas que estorbaban, sumándome a la danza sensual que se desarrollaba ante mis ojos.
En un instante, ella se quitó la bata que ya no tenía razón de ser, revelando su torso sin sostén. Nuestro invitado se dispuso a retirar su última barrera, la tanga, y comenzó a realizar un oral que probaba la deliciosa humedad de sus labios vaginales. Yo fungía como asistente, quitando cualquier prenda que pudiera entorpecer sus movimientos.
El placer continuaba construyendo su crescendo, y mi excitación crecía con cada instante. Observaba mientras nuestro invitado, subiendo las piernas de mi esposa sobre sus hombros, la penetraba con movimientos profundos y apasionados. Mi propia excitación se desbordaba, manifestándose en una eyaculación que, aunque masiva, pasó desapercibida en medio de la fogosidad del momento.
Cuando finalmente llegó el éxtasis para nuestro invitado, observé sus espasmos y el ardiente intercambio de miradas entre ellos. Al retirarse, ella giró hacia mí, buscando mi complicidad y aprobación. Con un beso, sellé mi consentimiento para que continuara.
Mi invitado, ahora satisfecho, se retiró de la habitación, dejándonos envueltos en el aroma a sexo compartido. Cerré la puerta tras él y, al regresar, me despojé de toda vestimenta. Bajo las sábanas, descubrí el perfume de la pasión que impregnaba la cama. Toqué el cuerpo de mi esposa, probé su sabor a otro hombre y, finalmente, nos fusionamos en una unión intensa que marcaba el inicio de una nueva etapa en nuestras fantasías compartidas.
Mis dedos exploraron su vagina, ahora cálida y húmeda por el encuentro anterior. La mezcla de fluidos, sudor y el olor a sexo llenaban la habitación. Sin más preámbulos, acerqué mi miembro, ya pulsante y firme, para realizar una estocada triunfal.
La introducción fue un reencuentro apasionado, mi pene sumergiéndose en la inundación de sensaciones que compartíamos.
Los movimientos se volvieron rítmicos, cadenciosos, una danza íntima que nos unía aún más. Cada estocada era un recordatorio de la pasión reciente, del placer compartido con nuestro invitado. A mi alrededor, las sábanas se empapaban con los ecos de la experiencia previa, creando una amalgama de emociones que nos envolvía.
La intensidad aumentaba con cada embestida, y mi excitación se elevaba a nuevas alturas. Mis manos recorrían el cuerpo de mi esposa, sopesando el rastro del encuentro anterior.
Ambos alcanzamos el clímax simultáneamente, sumidos en un éxtasis compartido que nos dejó extasiados y agotados.
Al finalizar, ella se volvió hacia mí, buscando en mis ojos la confirmación de que lo vivido había sido un capítulo más en nuestra exploración conjunta. Un beso selló la experiencia, y nos quedamos abrazados en el lecho, empapados en la sensualidad que todavía flotaba en el aire.
Aquella noche marcó el inicio de una nueva etapa en nuestras fantasías compartidas, una aventura que nos llevaría a explorar límites y descubrir nuevas formas de conexión en nuestra relación. Con el aroma a sexo impregnando la habitación y nuestras almas entrelazadas, nos sumergimos en el sueño compartido, listos para despertar a un nuevo día lleno de complicidad y pasión.
Con Cariño AyB