Buf! Hemos empezado hablando del ocio nocturno y se ha abierto un melón gordo. Saltaos este comentario o agarraos porque voy para largo.
Leo algunas cosas por aquí que me ponen en alerta. Cámaras de seguridad, vigilantes en los espacios de ocio, listas negras, programas de reeducación, ¡castración química! Entiendo que la situación es muy jodida y que todas pensemos en medidas drásticas para proteger a la parte vulnerable. La gente que apoya medidas coercitivas, vigilancia, control autoritario, restricciones, siempre lo ha hecho con su mejor intención. Todas lo hacemos. Y esas intenciones están bien hasta que la pillan a una por medio. De repente el control se te ha ido de las manos, la cámara te está apuntando a ti y el que está metido en un gulag para pervertidos es tu hermano porque dijo algo inconveniente.
Todos (aquí uso el masculino intencionadamente) pensamos de nosotros mismos que estamos en el bando de los buenos. Yo no. No soy un santo. Nunca lo he sido. He molestado a mujeres con mis palabras y mis actos, he sido pesado, seguro que he hecho algo que una mujer ha sentido como violento, aunque sea algo de forma pasiva, con mi actitud. Me educaron para ser un buen niño, luego me dijeron que espabilara porque para triunfar hay que ser un macho. Pero un macho respetuoso, ¿eh? Mientas no les pegues ni las violes, todo ok, chaval. Ahora una mujer me explica cómo vive ella día a día, me pone delante del espejo y me hace ver lo que realmente soy. ¿Lo habéis probado? “No, no. Yo no necesito ningún espejo. Soy un hombre correcto. Soy de los buenos”. No, en serio socio. Atrévete a mirar. No conozco a un solo hombre, NI UNO, que no se vaya a sentir mal por lo que ve. Aunque sea un poco. Alguno ya lo está viendo de reojo y me vendrá con la negación (primera fase). Otro responderá con ira y habrá quien pase a la negociación, “Hombre, tampoco hay que pasarse de estrictos, ¿no? Que si le digo tal y hago cual no es para tanto, ¿no?”. Yo qué sé, chico. Pregúntale a ellas si es o no para tanto. Yo cada día me sigo sorprendiendo de lo poco que sabemos de la otra mitad de la población (ellas) y lo poco que las escuchamos.
Lo que quiero decir con todo esto es que antes de ponernos dignos e iniciar la caza de brujas, miremos quienes somos y qué papel jugamos en todo esto. Porque somos una sociedad, un sistema de millones de engranajes y ruedecitas pequeñas y estamos todas conectadas, ninguna puede hablar de ello desde fuera.
Y lo más importante: si como sociedad necesitamos convertir algo tan básico como la convivencia, ¡la simple convivencia en un local nocturno!, en un estado policial, si deja de ser algo sencillo y natural, es que estamos mucho más jodidos de lo que creemos.
Más nos valdría como sociedad asumir un papel activo ante los comportamientos inadecuados. Plantar cara todos y todas a quien moleste, a quien falte al respeto. Sin cámaras, sin listas negras y sin camareros haciendo la ronda de paisano. (A todas estas, ¿quién los va a pagar, tú?).
Lo que os acabo de exponer enlaza con algo de lo que caí en la cuenta hace poco. Que de puro obvio no me había parado a masticarlo de forma consciente. Estaba una noche con una amiga, picando algo mientras charlabamos en un bar, un día entre semana (si estás leyendo esto, gracias y un abrazo enorme) y le contaba eso mismo, que ser un hombre hoy día, mirarte en el espejo y aceptar lo que ves es difícil. Y que por eso la mayoría adopta una postura defensiva/agresiva, ningunea las ideas que exponen ellas, las tacha de exageradas,… (lo he visto en mí mismo y hasta en los tipos más progresistas de mi entorno). Ella me dijo que la mayoría de los hombres no pueden entender de lo que hablan ellas porque viven en una realidad distinta. Me puso un ejemplo sencillo: vas sola por la calle, escuchas pasos y te pones en guardia. Sí, lo mas probable es que no te pase nada, aunque la sola perspectiva de que venga alguien a tocarte el coño a esas horas ya es para tensarse. Pero el peligro potencial está ahí ya sólo por la simple capacidad física. Y está ahí todos los putos días. Nosotros vamos tan tranquilos por la calle, de vez en cuando te cruzas con alguien de aspecto chungo y eso es todo. No
podemos concebir siquiera la realidad de ellas. Para nosotros no existe. Simplemente exageran. Y así con mil cosas que no nos imaginamos porque no son de nuestro mundo.
Así que caí en la cuenta de que entre hombres y mujeres hay un diálogo de sordos que se hablan de espaldas. Por un lado ellos no conocen la realidad de ellas, dan por hecho que es la misma. Por otro ellas dan por hecho que ellos entienden su realidad porque al fin y al cabo es obvia. Así que muchas veces no nos entendemos porque entre obviedades nos olvidamos de hablar. Cuántas veces, sobre todo últimamente, una mujer me ha contado un pedacito de su realidad y yo me he quedado como “¿en serio?”. Aún cuando ellas cuentan sus vivencias, ellos piensan que están flipando porque es como si un pájaro le cuenta a un pez lo difícil que le parece bucear. Y ellas no entienden por qué ellos no lo entienden. Tampoco ellos entienden que la realidad de ellas es la que ellas cuentan y no hay lugar a discusión, se acepta y se actúa en consecuencia. Y ellas no pueden entender lo difícil que es para ellos enfrentarse al espejo y aceptar lo que ven; que la negación, la ira y la negociación van a estar ahí y hay que pasar por ello. Al final la convivencia, el respeto entre hombres y mujeres, se reduce a algo tan sencillo y tan complicado como conocer unas y otros nuestras realidades, comprenderlas y trabajar desde ahí.
¿Qué tiene que ver toda esta parrafada con el asunto del que hablamos? Que estoy convencido,
seguro, de que el día que los hombres comprendan en profundidad cómo afecta a las mujeres lo que ellos hacen y las mujeres entiendan por qué estamos tan confusos, avanzaremos hacia un mundo en el que ninguna mujer tenga que soportar que la molesten. Ni de noche ni de día.