Al respecto del tema que propones, mi noche del sábado pasado viene como anillo al dedo...
Quedé con una buena "amiga" (aún sin experiencia en el ámbito liberal pero sí con mucha curiosidad y una sexualidad muy sana y potente) para ir juntos a un club liberal. Como considero necesario y de sentido común, previamente perfilamos con una cerveza qué y cómo le apetecía que transcurriese la velada. Ella tenía bastante claro que a priori sólo le apetecía probar y jugar un poco, con poca -o ninguna- interacción por parte de terceros más allá de contar con algún afortunado espectador.
Pues bien, lo que empezó siendo algún roce juguetón por parte del primer afortunado primer espectador acabó convirtiéndose en una maratoniana y muy gratificante sesión de sexo en grupo con la debutante y buena amiga, un servidor, y DOS afortunados espectadores que pasaron a ser también actores principales de un espectáculo majestuoso, con mi amiga graduándose Cum Laude como diosa del Olimpo del sexo.
Y lo mejor de todo fue cuando, poco después de haber acabado, tomándonos una copa para "serenarnos" un poco y rememorando -no sin cierta sorna por mi parte acerca de dónde habían quedado sus miedos o esos supuestos límites-, ella me reconoció abiertamente que no eran más que prejuicios consigo misma y una cierta barrera de seguridad que ella consideraba necesaria para ir más tranquila. Pero que en el fondo, tenía clarísimo y desde hacía tiempo que le apetecía mucho probar al menos un trío.
Y tanto disfrutó -y tanto se liberó de sus prejuicios y su vergüenza-, y tanto nos calentamos rememorando los "highlights"... que finalizamos la noche repitiendo, en este caso "sólo" con un trío acompañados por uno de los anteriores compañeros quien -encantado- se prestó a coronar una noche realmente memorable...
¿Mi conclusión? Probablemente aquello que nos gusta -o nos apetece- lo solemos tener claro de antemano. Y normalmente (y por suerte es así) lo acabaremos llevando a cabo tarde o temprano.
Y lo que no nos gusta o no nos apetece demasiado, rara vez nos gustará una vez lo hayamos probado.
Y el motivo de que así sea creo que es el hecho de que nuestro principal órgano sexual es el cerebro, y el motor de todo. También de nuestros miedos, vergüenzas y prejuicios. De modo que si llegamos a probar algo es porque realmente ya teníamos claro que nos apetecía o porque una vez superados esos miedos, vergüenzas y prejuicios, nos damos permiso para reconocernos a nosotros mismos que así era...