Eros y Afrodita
-Estoy en la puerta de tu casa-. Estas siete palabras retumbaron en mi pecho con un eco que me aceleró el corazón. –¡Si hombre!-, dije. Llevábamos días hablando a través de las redes, y él me había dicho que cuando viniera a casa me traería un regalito de Reyes. Lo que no podía imaginar, es que el mejor regalo que tendría ese día llevaba nombre y apellidos.Al mirar por la ventana vi una furgoneta blanca aparcada en la puerta de mi garaje. ¡No me lo podía creer! Salí de casa dejando a los niños jugando con la consola, y mientras me acercaba sonriendo y tapándome la boca con una mano, le vi allí, medio escondido detrás de la puerta de la furgo. –Hola-. –Hola, ¿como estás? Dijo él-. La primera idea que me vino a la cabeza fue que al natural era más guapo que en las fotos que había enviado o que salían en la app. La mezcla de timidez y sorpresa me tenían allí delante callada, mirándole a los ojos, intentando adivinar si era un pirado como el que se había presentado en mi casa a comerme la boca media hora antes de que llegara mi marido, o si por el contrario, era alguien que, movido por el morbo, había ido hasta allí con regalo incluido, a soltarse y que pasara lo que tuviera que pasar. No sabía si darle un beso en la mejilla o en la boca. Parecíamos dos adolescentes en una primera cita, donde los ojos se vuelven locos sin saber dónde quedarse. Un primer beso fugaz se escapó de sus labios, pero el miedo a ser vistos hizo que yo le dijera -¿Entramos en el garaje?-.
La puerta se cerró detrás nuestro, y por fin pudimos vernos bien. Nos miramos fijamente a los ojos, después a los labios, y de nuevo a los ojos…. Y se desató el tornado. Los besos y las manos se iban encontrando como si estuvieran en una lucha cuerpo a cuerpo. Pronto empezaron a caer prendas en el suelo del garaje, como si no hubiera un mañana. Nos estábamos devorando el uno al otro. La pasión era latente. Sentía su boca por todo el cuerpo, su aliento cálido bajando hasta el punto donde hacía unos segundos todavía había ropa. Las braguitas habían bajado hasta los pies, y un pequeño mordisco me hizo gritar, a medio camino entre el placer y la sorpresa de percibir sus dientes por mi sexo. Notaba su lengua recorrer la distancia desde la entrada de la vagina hasta el clítoris. Estaba tan húmeda que sus dedos se deslizaban dentro de mí con una facilidad espectacular. Habíamos perdido ya la noción del tiempo, y estábamos allí aislados de todo y de todos, en otra dimensión que nos tenía inmersos en un torrente de placer.
De repente, con un pequeño movimiento estudiado, me dio la vuelta con la brusquedad justa, y quedé con la cara pegada al cristal del coche. ¡Uff! ¡Cómo me excitaba esa situación! Sus dedos entraban dentro de mí desde atrás a la vez que me mordía el cuello, la oreja, la espalda. El cristal del coche estaba todo empañado, y mis pechos aplastados contra la ventanilla. Sus manos no dejaban de tocarme, y su voz, cada vez más grave, iba susurrando en mi oído: - Te deseo-. Poco a poco llegamos a la parte delantera del coche. Y ahí, buscando la posición me penetró desde atrás con gran facilidad. Mi sexo estaba húmedo, ansioso y sus ganas quedaban patentes en sus embestidas
Entre que yo soy pequeñita (no llego al 1,60), y que el capó del coche quedaba demasiado alto, tenía que ponerme de puntillas para encajar bien, así que decidimos parar un momento y recolocarnos. Fue entonces cuando tuve un momento de lucidez… ¡¡¡¡Estábamos follando en el garaje!!!! Como dos adolescentes que no tenían dónde ir a echar un polvo en condiciones… Pero aquella locura me tenía el cuerpo revolucionado, me había sacudido el alma, y no quería que terminara. Lo estábamos dando todo, disfrutando de la bendita locura como si fuéramos dos jóvenes que estaban descubriendo los placeres de la vida.
Me había vuelto hacia él y fui bajando hasta meterme su pene en la boca. Mi lengua iba recorriendo todo el tronco, entreteniéndose en el glande, dándole vueltas, como el que se come una piruleta. Sus gemidos demostraban que le gustaba, y la manera en que me cogió la cabeza y me la metió hasta el fondo de la boca indicaban que quería más. Yo ya me imaginaba un final pringoso y una camiseta sucia e injustificable ante cualquier pregunta de los niños. Pero la escena cambió. Juan bajó también, y ambos a cuatro patas culminamos un polvo que me dejó las rodillas marcadas y los colores subidos. Mientras me ayudaba a levantarme noté cómo su corrida me chorreaba piernas abajo. Una vez vestidos sentía cómo mis braguitas y los leggings estaban bien húmedos, empapados de placer. Nuestras miradas volvieron a encontrarse. –Tienes la espalda fría. Abrígate guapa, no te enfríes, me dijo-. En ese momento no era consciente de mi temperatura corporal externa. Si tenía que guiarme por mis sensaciones diría que estábamos en pleno verano. Pero no. Era 5 de enero, y afuera estaba todo helado.
-Tengo tu regalo ¿eh? No creas que me he olvidado-. Me dio una bolsa de papel y un paquete envuelto en papel dorado. –Lo has comprado! Por supuesto, ya te dije que te lo regalaba yo. Si tu marido no quiere que te diviertas, yo sí-. Emocionada abrí el paquete y descubrí el Satysfier que a día de hoy tantos buenos ratitos me da cuando no puedo estar con él
Nunca jamás hubiera pensado que una aplicación para ligar me pondría cara a cara con una persona tan especial como Juan. Por favor, que la máquina del tiempo le suelte varios años atrás, cuando las noches eran largas y jóvenes, y queríamos comernos el mundo en tres días.